¿Quién no se ha preguntado en alguna ocasión por qué Dios es el Ser más grandioso que existe? Y ¿dónde habita o cuál es su hogar? Cualquiera podría argumentar que cómo me atrevo yo a hablar de un Ser al que no conozco. También se podría aducir que dada mi imperfección, todavía carezco de los conocimientos necesarios para exponer algo acerca de sus atributos o de cómo es Él. Y probablemente, los que así se expresaran, llevarían toda la razón del mundo. Pero mira por dónde, ese Padre que es de todos, me ha dotado del instrumento más poderoso que existe para sobrevivir cual es la razón y a la vez, ha situado mi sentido intuitivo dentro de la voz de mi conciencia, con lo cual, aunque se trate de ecos lejanos, puedo escuchar al fondo del pasillo de mi alma el reflejo de su excelsa música y los sublimes avisos de sus mensajeros.
A menudo, se dice que muchos hijos se parecen a sus padres tanto en lo físico como en lo mental porque evidentemente reciben su herencia desde el instante de la concepción. Y yo me pregunto, si Dios lo creó todo, incluyéndome a mí y a vosotros, y a todos aquellos con quienes nos relacionamos e incluso a las criaturas a las que desconocemos ¿acaso no mora en nosotros alguna mínima partícula de Él que nos permita cuando menos vislumbrar su grandeza? Pues claro que sí. Una cosa son nuestras carencias manifiestas (de ahí que estemos obligados a evolucionar) y otra bien distinta que como hijos suyos no podamos atisbar o imaginar lo que Él es. ¡Pero si es nuestro Padre con mayúsculas! ¿Es que se iba a molestar porque las “chispas” inmortales que constituyen nuestro espíritu quisieran indagar acerca de su esencia? ¿Qué padre o madre henchidos de amor le iban a negar a su retoño la posibilidad de preguntarle sobre su naturaleza? ¿A que es imposible? Pues eso.
Se ha afirmado que dada nuestra actual condición, no podemos conocer a Dios directamente como si estuviéramos en disposición de mirarle cara a cara, pero que sí podemos inferir muchos aspectos de Él a través de sus obras. Veamos.
¿Qué dónde reside Dios? ¿Quién de entre nosotros no ha paseado alguna vez en el cálido verano por la orilla de la playa y de pronto ha sentido la agradable sensación del agua fresca surcando por entre los dedos de sus pies?
¿Qué dónde reside Dios? ¿Quién de entre nosotros no ha ascendido a una elevada cumbre o ha llegado al punto más alto de un pequeño montículo y después de abrigarse no ha sentido las palabras seductoras del viento infiltrarse entre sus oídos haciéndole sentir complacido por la gesta realizada?
¿Qué dónde reside Dios? ¿Quién de entre nosotros no se ha adentrado entre las profundidades de un denso bosque y al alcanzar el punto de destino en mitad de la frondosidad no se ha sentado sobre el manto verde de vegetación y por fin ha podido apreciar el sonido del silencio?
¿Qué dónde reside Dios? ¿Quién de entre nosotros no ha volado en un avión y al divisar el paisaje por la ventanilla ha visto un delicado colchón de blancas nubes sosteniéndonos en el aire y arrimándonos al cielo?
¿Qué dónde reside Dios? ¿Quién de entre nosotros no ha recibido el beso o la inocente caricia de un tierno infante en su rostro y se ha visto transportado a la más arrobadora de las ilusiones?
¿Qué dónde reside Dios? ¿Quién de entre nosotros no ha saboreado a conciencia los jugos de una exquisita fruta en su paladar y sin saber el motivo ha sonreído como una criatura feliz o ha pensado con agradecimiento en quien concibió aquel árbol de donde cayó el fruto?
¿Qué dónde reside Dios? ¿Quién de entre nosotros en mitad del otoño no ha derramado una nostálgica lágrima al descorrer a media tarde la cortina de su habitación y contemplar el paisaje donde las moreras se desnudan de hojas y arropan el suelo de los jardines de una ciudad sin nombre?
¿Qué dónde reside Dios? ¿Quién de entre nosotros no se ha emocionado al escuchar la triste y bella melodía de una música que ha rasgado su espíritu como el violín que gime de dolor traspasado por el arco del solista?
¿Qué dónde reside Dios? ¿Quién de entre nosotros no ha entrado en trance tras una larga caminata en la que exhausto se ha tumbado sobre la pradera y por fin ha podido prestar oídos al rítmico discurrir de las aguas cristalinas de un arroyo cercano?
¿Qué dónde reside Dios? ¿Quién de entre nosotros no se ha tendido sobre la mullida hierba en una noche veraniega despejada y al dilatar sus pupilas no ha suspirado de asombro al apreciar la infinita negrura adornada con puntitos blancos de nieve que no dejan de guiñarte con su luz?
¿Qué dónde reside Dios? ¿Quién de entre nosotros no ha percibido en sus adentros el imponente peso de la compasión cuando el amigo compungido nos ha hablado de las heridas que desgarraron su alma?
¿Qué dónde reside Dios? ¿Quién de entre nosotros no viajó al séptimo cielo cuando de adolescente la persona a la que adorábamos desde el anonimato besó en un rincón oculto de la calle la comisura de nuestros labios y entonces aprendimos a conjugar el verbo “amar”?
¿Qué dónde reside Dios? ¿Quién de entre nosotros no vibró, no tiritó, no se estremeció cuando observó en lontananza por primera vez una puesta de sol derramada en la majestuosidad del océano, las celdillas de un panal en la que las abejas depositan su rica miel, el sonido de un piano cosquilleado en sus teclas por el avezado artista a través de la yema de sus dedos, la fascinante insipidez del agua deslizándose sobre tu garganta para calmar tu sed o la llamada nocturna del sueño posándose sobre tus hombros y convocándote para acceder a las puertas del mundo espiritual?
¿Qué dónde reside Dios? ¿Quién de entre nosotros no ha palpitado hasta acelerar su corazón cuando nos dieron un abrazo de agradecimiento al penetrar en la casa del necesitado que precisaba de un buen consejo, cuando le ofrecimos la mano al que se caía y le sujetamos, cuando consolamos al que lloraba su amargura, cuando visitamos al que se quedó sin amigos y también cuando reímos y bailamos con el prójimo porque era tiempo de compartir alborozo y regocijo?
¿Dónde reside Dios?
Tal vez nos aclaren las dudas las palabras de nuestro buen hermano Pablo, aquel que pasó de ser el más beligerante perseguidor de los cristianos a convertirse en el más fiel discípulo del Maestro hasta llegar a dar su vida por él.
Entonces, Pablo, puesto en pie en medio del Areópago, dijo:
“Varones atenienses, en todo observo que sois muy religiosos; porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio. El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues Él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas” (Hechos de los Apóstoles, 17,22-25).