—Mira, “sereno”, yo no estoy en contra de adaptarme a las nuevas coyunturas. Supongo que no hay más remedio, pero tienes que comprender que no es conveniente dejar asuntos pendientes de resolver.
—Si te refieres a la violencia que estás ejerciendo sobre Roberto, creo que desde hace ya un tiempo has traspasado la frontera de lo tolerable.
—¿Traspasar? Pero ¿eres consciente del tremendo daño que él me ha hecho? Con sinceridad, no pienso largarme de aquí sin acabar antes con mi faena, es decir, destruir a este tipejo.
—Pues para eso he venido yo, para impedir que prosigas con tu labor de hostigamiento. Todo tiene un límite en esta vida y los “serenos” hemos de velar porque se cumplan las reglas. Mi querido amigo, no valen las trampas y tú estás jugando con las cartas marcadas. Eso no es justo ni proporcional.
—Mira una cosa, tú serás muy sabio o lo que sea, pero no vas a impedir con tu verborrea que alcance mi meta.
—En fin, Eusebio, no pretendo ser duro contigo pero observo que no me dejas otra opción. ¿De verdad deseas que te ate de nuevo como un perturbado al que hay que sujetar para que no cometa ningún estropicio?
—¡Ay, no, por favor! Había olvidado lo “incómodo” de ese maldito traje. Mejor prosigamos con nuestra amistosa charla. ¿Dónde lo habíamos dejado?
—Muy bien. Eso me gusta más, ahora te noto más razonable. Veamos ¿dónde crees tú que se sitúa el origen de este problema?
—Ah, me lo pones muy fácil, viejo. Eso es más que evidente. El inicio de toda esta lamentable tesitura tiene un nombre: la traición a la que fui sometido por ese individuo al que consideraba un verdadero camarada. Ya que pareces tan entendido, debo presumir que estás al corriente de cómo él sedujo a mi esposa, de cómo rompió mi matrimonio con sus intrigas y de cómo fue el causante de mi muerte.
—Bien, vayamos por partes para no mezclar las cosas, ya que aquí confluyen varias cuestiones que conviene diferenciar. ¿Por qué insistes tanto en el tema de la “traición”?
—Venga, hombre, no me provoques con preguntas absurdas. ¿Te parece poca felonía el que me arrebataran a mi propia mujer a mis espaldas?
—Eusebio, ¿no fuiste tú el que afirmaste que últimamente las cosas en tu relación de pareja no iban como tú querías?
—Sí, es cierto, pero eso no justifica la deslealtad de ese bastardo con su mejor amigo.
—Perdona que insista, pero ¿no es cierto que en los últimos meses hubo varias noches en las que no dormiste en tu casa?
—Ya, pero fueron incidentes aislados, circunstancias que propiciaron una ligera separación entre Carolina y yo.
—Entonces, debes reconocer que haber acudido al mismo prostíbulo cuatro veces en el último mes previo a tu accidente era algo asociado a ese estado de “leve” distanciamiento con tu cónyuge.
—Verás, todo tiene su explicación. En esas fechas, nuestras pequeñas diferencias no nos permitían hacer vida matrimonial juntos… pero era algo temporal… mi idea era retomar la relación de forma natural…
—Claro, desde luego, dando por supuesto el hecho de que Carolina te recogería de nuevo en sus brazos a pesar de tus encuentros sexuales con otras mujeres…
—Eso era coyuntural, necesitaba desahogarme. Además, yo pagaba esos servicios, no había enamoramiento de por medio. Mi fidelidad para con ella no estaba en entredicho.
—Ya, según tu criterio, por supuesto.
—Sí, desde luego, según mi criterio. Me estás preguntando a mí ¿no?
—Sí, pero daba por hecho que el matrimonio era cosa de dos, algo en lo que participaban a medias las dos personas que lo componían. Lo cierto es que tengo anotadas en mi agenda, si no me equivoco, en efecto, 46 escapadas a esas casas de citas durante el último año de tu existencia física.
—Bueno, no estoy seguro, no querrás que lleve la cuenta de forma exacta. Pero ¿qué pretendes demostrar? ¿Adónde quieres llegar? Una cosa es observar una cierta divergencia de intereses y otra bien distinta la ruptura de una pareja.
—Claro, pero interpreto que tu esposa no iba a permanecer indiferente ante tus constantes escapadas al prostíbulo.
—Insisto, aunque te resulte extraño, yo no estaba traicionando a mi Carolina, tan solo pretendía saciar mis instintos.
—Desde luego, y pensabas que ella, además de una buena mujer era tan tonta como para no darse cuenta, que era tan estúpida como para yacer contigo en la cama sabiendo que tenías tu cita semanal con alguna prostituta.
—Vale, cometí un error, pero no te alejes del tema principal que es la infamia protagonizada por ese desgraciado que ocupa mi domicilio.
—O sea, tú te reservabas el derecho de relacionarte con cualquier señora, aunque fuera pagando, pero Carolina no podía ni siquiera acercarse a un conocido como Roberto.
—Pues no podía, porque se trataba de mi esposa.
—Entonces, tal vez estemos hablando de cierta “discriminación” por tu parte, es decir, negar a los demás la posibilidad de buscar un consuelo afectivo cuando tú, precisamente, eras el más laxo contigo mismo. Si no me confundo, eso es medir tus actos por la parte ancha del embudo y juzgar en cambio la actitud de tu mujer por la parte estrecha. ¿O no?
…continuará…