Aunque no existe día en que no me dirija a ti o hable contigo,
hoy decidí mostrarme ante los demás como tu fiel testigo.
Yo puedo sentirte, escucharte y hasta en la madrugada abrazarte,
mas era necesario que mis amigos por mis palabras también pudieran aceptarte.
Ya iba siendo tiempo desde luego, ya era la ocasión,
de expresar con mi homenaje lo que por ti siento con toda mi pasión.
Ay, mi ángel, nunca te vi con alas aunque sí por el cielo surcando
desde pequeño ya supe que un prodigio era lo que me estaba pasando.
¿Recuerdas aquella jornada en la playa, de juegos en la mar?
Solo nueve años tenía y de no haber sido por ti jamás habría vuelto a cantar.
Cuando la resaca del océano hacia el horizonte me arrastraba,
tú jalaste de mí y me dijiste: “tranquilo, tu respirar aquí no se acaba”.
Entonces, nadando, escuché tu melodiosa voz en mi pensamiento
y ello impidió que fuera engullido por las aguas del más triste lamento.
Me salvaste la existencia, me libraste de muerte segura,
y sin embargo, nada me pediste a cambio para tu radiante figura.
Te pregunté el porqué de tanto amor, de tanta generosidad,
y me respondiste ¿acaso quieres poner precio a mi lealtad?
Has de saber, mi buen niño, que siempre permaneceré a tu lado
pues de otra vida me viene tu afecto calado.
Tú en otro instante mi destino rescataste
y con tu ejemplo de gratitud la amistad conmigo sellaste.
De acuerdo, ángel, lo apruebo, pero es que también me libraste de otro enemigo
pues a punto estuve de que me rajaran a la altura del ombligo.
Con veinte años de edad, despistado y sin maldad,
caminaba yo por el barrio, por la calle de la oscuridad.
De pronto, un humano con rostro de fiera quiso abordarme,
primero preguntó y luego me examinó, para todo lo que llevaba quitarme.
Pero con gran valentía y arrojo tú en su oído le silbaste:
“deja a mi tutelado, ni se te ocurra molestarle, si no quieres que yo tu fortuna malgaste”.
Y entonces, ese muchacho alma de selva, en vez de atacarme por su más bajo instinto,
me sonrió para que no paseara más por aquella jungla si me consideraba listo.
Caso le hice y al poco pensando desemboqué en una grata conclusión:
“de buena me he librado, ni mi corazón ni mi piel padecieron erosión”.
Hace ya mucho tiempo, en mi examen final me sacaste de otro gran aprieto,
esa prueba me daba mi trabajo y justo antes de abandonar, apretaste mi mano y
exclamaste: “quieto”.
exclamaste: “quieto”.
Por mi maldita ansiedad iba yo a hipotecar mi futuro,
pero bien que me mandaste: “siéntate y toma tu pluma si no quieres verlo todo oscuro”.
Me clavé en el sitio y a escribir me puse siguiendo tus consejos
y al final superé con nota el ejercicio, esa vocación que me venía de lejos.
Y podría yo seguir y seguir nuestra historia redactando
mas fíjate en que cuando ocurría algo importante tú siempre me estabas acompañando.
Y por favor, no olvides nuestro compromiso para cuando mis cenizas desaparezcan,
espero haber acumulado algún mérito para que lo merezca.
Ya sabes que no puedo renunciar a la debida turbación
pero con tu ayuda seguro que menor será mi estupefacción.
Lo hemos hablado tantas veces, para que suceda como en la playa,
agarrarás tú mi mano para que la bruma se disipe desde mi atalaya.
Llévame a ese lugar de luz que en mis noches me has descrito
y al contemplarlo, de alegría proferiré un sereno grito.
Y en la tranquilidad de esa ciudad un abrazo te daré
ya que al verte con mis ojos espirituales la felicidad abarcaré.
Aguardando tan trascendental encuentro, te pido que me sigas inspirando,
pues la verdad que me has mostrado debo continuar divulgando.
Adiós mi ángel, o mejor dicho un hasta pronto,
tu blanca sombra es la bendita señal con la que la vida afronto.
Y ahora, gentil criatura celestial, me duermo en tus brazos, me acurruco sobre tu
tierna mirada,
tierna mirada,
así da gusto, te lo prometo, tenga yo sueños de miel, de mi libertad a ti encadenada.
Y es que desde que nací,
no deseo soltarme de ti, oh Dios, por él resplandecí.