Confesiones de un espíritu vulgar (II): una escuela sorprendente

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Cuando estudié y me aprendí bien ese material del que os hablaba acerca de los espíritus, su mundo y el sentido de la vida, las cuestiones más relevantes sobre el más allá y la lógica de todo lo que ocurría ahí donde vosotros moráis, pensé que había triunfado, que había obtenido el más alto galardón al que un hombre puede aspirar en su camino. Me emocioné tanto que me afané en cultivar y doblegar mi pensamiento con la fuerza de la voluntad: desbordado por la radiante luz de los libros y sus letras, confieso que mi obsesión se tradujo en la acumulación cada vez más intensa de más y más conocimientos. Mi intelecto trabajaba a ritmo de locomotora y absorbía todos los datos que leía como una inmensa red atrapa un gran número de peces.

Concentrado en mi tarea y sabiendo lo que hacía, controlé muchos de mis antiguos miedos, tal era la claridad de lo que engullía con mi mente. Comencé a entender por qué estaba viviendo y como es lógico, poco a poco, empecé a sentirme mucho más cómodo con mi nueva posición. La conquista de la Verdad y tendréis que perdonarme la expresión, me hacía sentir como un iluminado en medio de tantos seres mediocres e incultos que en torno a mí pululaban y cuyas únicas metas pasaban por aspectos tan anticuados como la obtención de dinero, la búsqueda de afecto y la más que vulgar consecución del placer, muchas veces esta última saciada a costa de poner en riesgo la salud del cuerpo.

Tengo que reconocer que este ímpetu tremendo por aprender a veces incluso me costó caro. Padecí algunos episodios de rabia conforme sabía más sobre el origen y el sentido de todo. Y es que no alcanzaba a comprender cómo era posible que gente tan cercana a mí como familiares, amigos o compañeros de trabajo, no quisieran abrazar ese caudal de conocimientos que había sido situado justamente delante de mi vista o dicho de otra forma, que ninguno quisiera traspasar esa puerta a la Verdad que con tanta ilusión yo contemplaba frente a mis alegres ojos.

Si esa sabiduría que yo iba incorporando a mi interior te liberaba de las tinieblas de la ignorancia, te proporcionaba las claves más esenciales para desvelar los misterios del discurrir en la vida del hombre ¿por qué mis allegados u otras personas con las que hablaba de estos asuntos se mostraban como sordos o desinteresados respecto a las ciencias del espíritu? Por más consejos que con las mejores intenciones les ofrecía acerca de la oportunidad de acceder a esa sapiencia, menos motivados les veía para recibir esa luz que pone en fuga a la oscuridad que normalmente nos rodea y que nos hace arrastrarnos como en la famosa caverna del mito platónico, donde sus habitantes, presos de la confusión, se conformaban con la contemplación de las sombras creyendo que estas constituían la auténtica realidad.

¡Qué inconsciencia más absurda! Tener la posibilidad de girar la cabeza para ver los elementos de la existencia tal y como son y sin embargo, encerrarse en obtusos y caducos planteamientos que no hacían sino sumirlos en el peor de los desconciertos. Sí, ya, leo vuestras mentes, que si el libre albedrío, que si no se puede obligar a nadie a estudiar, que si cada cual lleva su ritmo…pero a mí me parecía simplemente imperdonable perder el tiempo en actividades tan banales como las fiestas, los restaurantes o las excursiones a la nada.  Admito que sentía una furia brutal por dentro al apoderarse de mí la sensación de ser un “bicho raro”. Y es que al sentido común le cuesta mucho trabajo entender la negativa de los demás a aprender lo mismo que yo estaba descubriendo con tanta pasión.

En la escuela en la que ahora me desenvuelvo me comentaron al principio que esa oportunidad tan fantástica de acceder a tan bella erudición se debía a que yo previamente lo había solicitado con insistencia. La verdad es que no lo recordaba, pero como aquí debo asumir mi papel como alumno les dije a los maestros que si ellos pensaban que había sido por ese motivo pues que tendrían razón.

Sí os revelaré un secreto. En la parte práctica que toda clase conlleva siempre me hacen visionar unas imágenes sobre mi estancia entre vosotros que todavía no alcanzo a comprender del todo. Lo cierto es que se ponen un poco cansinos con este tema pero yo, que me considero una persona de intelecto desarrollado, no logro entrever el sentido último de lo que estos profesores pretenden con ese tipo de trabajo. No creáis que es orgullo, sencillamente aceptar que si uno ha trabajado una parte de sí mismo, es de justicia reconocerlo. ¡Ellos sabrán! Puedo parecer un poco petulante, pero el que ellos sean los que imparten la formación no les otorga el derecho automático a tener la razón en todas y cada una de sus actuaciones. Ya se sabe que perfecto no hay nadie, salvo el Ser que mora arriba.

Mirad, deseo compartir con vosotros un ejemplo que bien pudiera ilustrar este tipo de hechos al que me he referido con cierta carga de queja. Tal vez, con vuestro pensamiento, podáis ayudarme al menos a hallar una cierta explicación a lo que me ocurre. Hay un maestro que se empeña una y otra vez en hacerme ver ciertos fragmentos de la película de mi vida entre vosotros. La proyección resulta ser una especie de holograma, con figuras y paisajes tan auténticos que asombran mi juicio, algo mucho más completo de lo que podéis contemplar en vuestra dimensión, pues la verdad es que es tan real que uno se puede introducir en la “piel” de los personajes que actúan. No sé cómo describirlo, pero sería algo parecido a ser actor y espectador al mismo tiempo de la escena que se observa. A lo que iba; este señor que me instruye ve la misma película que yo pero a la vez me va explicando determinados aspectos, los va interpretando a su manera, claro, e incluso se atreve a corregirme o mejor dicho a efectuar una serie de apreciaciones sobre mi conducta, sobre la actitud que mantuve en determinados momentos o incluso, y os ruego que no os sorprendáis, hasta con mis propios pensamientos.

Lo curioso es que en esas proyecciones personales que se realizan no solo se contempla tu comportamiento exterior sino hasta el mismo pensamiento que yo estaba teniendo en esos momentos sobre lo que estaba haciendo. Para que lo entendáis, yo puedo observarme a mí mismo actuando pero en un cuadro que se despliega justo al lado de esa imagen se proyecta lo que discurre por mi mente en esos instantes. Este tipo de aprendizaje te sorprende al inicio por la falta de costumbre y por la inercia de los típicos análisis que uno realiza cuando se halla preso del traje corporal, aunque terminas por acostumbrarte como es lógico. En el fondo, no es más que el desarrollo de una acción paralela donde además de ver lo que haces puedes captar al mismo tiempo lo que estás pensando sobre cómo estás actuando. Os pido disculpas por el esfuerzo que quizás debáis llevar a cabo para captar lo que os digo, pero es que resulta importante. Tecnología sí que poseen en esta escuela porque cuando estaba entre vosotros yo pensaba que lo que transcurría dentro de mi cabeza allí se quedaba, libre de incómodos testigos. Pues no, todo se graba o al menos todo puede ser rememorado, lo cual me lleva a concluir que por un extraño mecanismo que aún no he logrado descifrar, estos profesores acceden a las partes más recónditas de mi historia personal, aquellas que yo creía que estaban más escondidas y por tanto, más a salvo.

…continuará…

3 comentarios en «Confesiones de un espíritu vulgar (II): una escuela sorprendente»

  1. Muy, muy bueno! Muchas gracias por compartilhar tu história! Yo me identifico mucho con ella tambien! Mucha luz y amor para ti hermano, saludos de Portugal!

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