¿Un Espiritismo sin moral? (y II)

Fijémonos simplemente en el caso de Jesús. Sus palabras hicieron temblar hasta las mismísimas columnas del Templo de Jerusalén, claro símbolo de que había llegado el tiempo de renovar lo caduco, que no podía seguir entendiéndose la relación con Dios y con el prójimo de la forma en que se había comprendido hasta ese momento. Su mensaje golpeó las conciencias de sus contemporáneos y la de los que le siguieron, resultando el elemento más clarificador de cuantos se habían escuchado sobre la superficie de un planeta llamado Tierra. Sin duda, su aportación más esencial como espíritu perfecto que era fue la de anunciar al mundo el verdadero significado de la palabra más importante del lenguaje humano: amor.

Pero pensemos: ¿de qué hubieran servido sus bellísimos discursos, esa oratoria tan delicada que llegaba al corazón de los hombres, si no se hubiera traducido en una serie de conductas coherentes con aquello que predicaba? ¿Cómo iba el Maestro a pregonar un mensaje de afecto universal para a continuación dejarse arrastrar por el egoísmo o el orgullo en su relación con los apóstoles o con las innumerables gentes con las que trató? Su enseñanza era totalmente acorde a lo que salía de su boca; no existían contradicciones entre su dulce voz y sus compasivos actos.

Otra actitud, otro desempeño en sus obras habría resultado un contrasentido. ¿Cómo íbamos a creer en lo transmitido por el humilde carpintero de Nazaret si sus acciones hubieran resultado incongruentes con su magisterio? Me temo que si hubiera sucedido así, su figura habría pasado a la historia como una más entre los destacados personajes de la crónica del orbe pero nada más. Y sin embargo, nosotros que somos y nos sentimos espíritas, pensamos de él que no se trata de una persona más surgida en los anales de los tiempos sino del ser más sublime que haya respirado nuestro aire y haya pisado nuestro suelo. ¿Quién de entre nosotros puede olvidar lo expuesto a través del Codificador por los elevados espíritus en 1857?

625. ¿Cuál es el tipo más perfecto que Dios ha ofrecido al hombre, para que le sirviese de guía y modelo?

—Contemplad a Jesús.

¿Acaso no se hallan estrechamente unidas la teoría y la praxis en la realidad humana o quizás alguien pretende desligarlas? Si hay algo que engrandece la figura del Maestro es precisamente su ejemplo, ese amor que traspasó como rayo que ilumina cada una de sus obras. Sus expresiones aliviaban los ánimos más tristes y despertaban la esperanza hasta en los seres más afligidos pero insisto, poco valor hubiera tenido su predicación si esta no se hubiera visto acompañada por la indeleble huella de amor que depositó sobre la conciencia de los que le conocieron. Jamás dejó de ayudar, de amar a todas las criaturas con las que se cruzó en su misión.

Por este motivo, el modelo por él representado personifica la coherencia más completa entre un sistema teórico y su puesta en práctica, entre una doctrina difundida y unos hechos vitales. ¿Tanto trabajo cuesta reconocer que hasta los mejores principios escritos con letras de oro en los más hermosos libros quedan anulados cuando no existe nadie que los cumpla, que los aplique en su existencia diaria? Y me pregunto: ¿qué late en todo este desafío lanzado desde hace tiempo por aquellos “científicos” de la Doctrina, por aquellos que pretenden reducir el Espiritismo a todo un conjunto de espléndidos fundamentos pero sin implicación moral alguna por desarrollarlos en la vida común?

Creo que resulta sencillo de entender. Aunque algunos no lo vean así, es más fácil introducir en tu mente un manual completo de química, el Quijote de Cervantes o un tratado completo de física cuántica que perdonar a aquel con quien nos hemos enojado, reconocer que hemos herido a alguien o simplemente asumir nuestros errores en nuestra actuación para con el prójimo. En una de las más bellas y significativas cartas que se escribieron por Juan, el discípulo amado, con posterioridad a la desaparición del Maestro del plano físico se lee textualmente:

“Si alguno dice: <<yo amo a Dios>>, y odia a su hermano, es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y nosotros hemos recibido de él este mandato: que el que ama a Dios, ame también a su hermano”. (1 Jn 4, 20-21)

Resulta alentador comprobar cómo este apóstol pudo interpretar tan bien el espíritu de las palabras del nazareno. Y es que son tantas las ocasiones en las que nos quedamos en las meras soflamas, en la ofuscación intelectual de seguir al pie de la letra determinados conceptos para luego olvidarnos de ellos nada más cerrar el libro donde los hemos leído…

Se necesitan muchas más agallas para cambiar una minúscula porción de nuestro carácter esculpido en el mármol de los tiempos, que para descubrir un gran invento científico en la soledad del laboratorio. Allí, alejado del mundanal ruido, apartamos eso que tantas veces nos molesta y que rechazamos tan solo porque nos exige dar lo mejor de nosotros mismos, la compasión para con el hermano, el sacrificio para con los demás y el perdón para con los que nos ofenden.

¿Será ese el porqué de tanta insistencia en la acumulación de conocimientos y el olvido de la más simple ética? ¡Ay de esa bestia que todos llevamos dentro, alimentada durante siglos por los manjares del orgullo y del egoísmo! ¿O es que acaso nacimos ayer? ¿O tan solo hace cincuenta años?

Cuanto más me hablan de ese cientificismo espiritual, más fe y más convicción tengo en la enseñanza de Jesús, luego ampliada por Kardec. Su pedagogía es firme como una roca y ello se debe a que se sustenta en el fenómeno más extraordinario y poderoso que empuja al ser humano hacia el bien: el amor. Un amor que impele al sujeto al progreso pero no para convertirlo en un “ratón” de biblioteca sino para expandir su conciencia a través del buen hacer con el prójimo. Saber es importante, por supuesto, pero no podemos refugiarnos en tan docta expresión para eludir el necesario reto de la transformación moral. Por un día, dejémonos de “comecocos” intelectuales, salgamos a la puerta de nuestro hogar y exclamemos a la primera persona que pase a nuestro lado: “Buenos días ¿puedo hacer algo por usted?”.

Finalizo con otra gran cita mucho más reciente pero igual de clarificadora. Se trata de la voz de Chico Xavier inspirada por Emmanuel:

“Doctrina espírita significa Doctrina del Cristo. Y la Doctrina del Cristo es la Doctrina del perfeccionamiento moral en todos los mundos”

Emmanuel – Chico Xavier, 13 de noviembre de 1959

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