¿Un Espiritismo sin moral? (I)

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Hace algún tiempo, me encontré con unas personas que se consideraban espíritas, o mejor dicho, nuevos espíritas y que abogaban claramente por separar el conjunto de enseñanzas que componen la Doctrina de su parte moral, centrándose tan solo en los componentes científico y filosófico de la misma. Después de escuchar sus planteamientos permanecí un tanto extrañado y confuso, pues no me gusta rechazar de antemano ninguna propuesta por muy disparatada que parezca, hasta no haber examinado en profundidad sus argumentos. Ellos insistían mucho en que lo verdaderamente importante de la cuestión era estudiar las bases, los fundamentos del Espiritismo pero sin que ello tuviera que suponer necesariamente ningún tipo de consecuencias en el comportamiento del individuo. El que hubiera o no cambios en la conducta diaria de la persona, en su proceder ético, debía quedar al libre criterio de cada cual, sin imposición alguna, pues esto se había demostrado como habitualmente contraproducente.

En las horas siguientes y aprovechando un largo y agradable paseo en una jornada soleada, pensé y pensé cada vez más en la conversación mantenida con los miembros de aquel grupo, hasta que me di cuenta de los efectos que podría implicar tal aseveración si de verdad se llevara a la práctica. Me llamó la atención el supuesto rigor que mostraron en su exposición, su gran voluntad para cultivar el estudio, su tendencia a profundizar en muchos de los conceptos que constituyen los pilares de una Doctrina como la nuestra. Y sin embargo, había algo allí, en lo expuesto por esas personas de tono amable y sugerente, que no encajaba con mi perspectiva. Como a veces sucede, mi intuición se estaba adelantando al discurrir de mi propia razón.

Aquellos sujetos hablaban con persistencia de comunicarse con todo tipo de espíritus,  se mostraran estos atribulados o no en las sesiones «mediúmnicas», para enseñarles la verdad a la que se enfrentaban, la realidad del más allá, la inmortalidad del alma y muchos otros postulados tan bien conocidos por nosotros. Sin embargo, no escuché en su mensaje palabra alguna relativa a un cambio intrínseco, a una interiorización sobre el análisis de lo que habían hecho en vida física o a la posibilidad de una transformación íntima. Decididamente, el corazón de sus expresiones olía a “asepsia”, era como tocar una fría losa de mármol ante la cual te quedas helado. En sus frases no existía mención alguna a la oratoria promulgada por el humilde carpintero de Nazaret, aquel que situó el vértice de su enseñanza en una sola palabra: amor. Sin ninguna referencia a Jesús y sin su pedagogía, el mensaje de aquellos seres que hablaron conmigo se escuchaba como aquel recipiente de madera que cuando lo golpeas suena a hueco, porque nada hay en su interior.

Tuve la impresión de haber asistido a una clase teórica muy completa, muy técnica, de irreprochable contenido intelectual pero absolutamente carente de práctica, exenta de una traducción a los hechos más cotidianos, a las inquietudes más profundas de cualquier ser humano. Por un instante, imaginé aterrorizado qué habría ocurrido si el insigne Alexander Fleming, una vez estudiada y experimentada su teoría sobre la penicilina, hubiera decidido guardar tan secreta fórmula en uno de los cajones más escondidos de su laboratorio. ¡Dios mío, cuántas vidas se hubieran perdido si este gran científico inglés no hubiera optado por aplicar y extender su descubrimiento a los enfermos de la época!

Respetando todos los posicionamientos y actitudes, estaría muy bien introducir el estudio sistematizado de la filosofía espírita en todas las universidades del mundo. Constituiría un gran avance intelectual, una gran hazaña en el campo del conocimiento. Pero qué cojo se nos quedaría el Espiritismo si los estudiantes, tras empaparse de todos sus postulados, salieran del aula sin mostrar el más mínimo interés en aplicar a sus vidas tan magnos principios.

De este modo, si admitimos la frase del Codificador “fuera de la caridad, no hay salvación” como una de las que mejor resume el sentir espírita ¿de qué serviría en mi camino evolutivo conocer a la perfección este enunciado si luego me comporto como la persona menos compasiva del orbe? Pero un momento, ¿no será que el trayecto moral tiene muchas dificultades, más incluso que el intelectual? Si el Espiritismo reconoce estas dos vías como las idóneas para avanzar en el largo itinerario del progreso ¿adónde nos llevaría concentrarnos en la una para desatender la otra? ¿Acaso los médicos no efectúan su juramento hipocrático antes de atender a su primer paciente? ¿Para qué iba yo a plantar los mejores tomates en mi huerta valiéndome de mi buena erudición si luego soy incapaz de comerlos, distribuirlos o cuando menos regalarlos? ¿Para que se pudran? Y es que la lógica del Espiritismo es tan aplastante como efectiva; sus principios no se recogieron para terminar como una mera caligrafía de pergamino cubierta bajo el polvo.

Queridos compañeros de ruta: todo en la existencia posee una doble vertiente que converge en un punto de encuentro. En otras palabras, toda teoría ha de transformarse necesariamente en práctica, todo cultivo del saber debe tener su extrapolación a la realidad. Siempre ha sido así y lo seguirá siendo, aunque algunos se regodeen en el autoengaño de la propia suficiencia, hija predilecta del orgullo. ¿Acaso no tuvo el mismo Thomas Edison que realizar una y mil pruebas antes de dar con la fórmula correcta para iluminar su famosa bombilla? Poco antes de su éxito y lejos de caer en el desánimo, el prolífico inventor, ante la desesperanza surgida en uno de sus colaboradores, le comentó: «no he fracasado; he descubierto 999 maneras de cómo no hacer una bombilla».

Las dos asignaturas por las que se nos examina en la vida van cogidas de la mano, ambas disciplinas resultan inseparables y por supuesto, se retroalimentan. Por tanto, no es posible actuar sin saber pero tampoco pretender avanzar más sin actuar. Si la mesa sobre la que desplegamos nuestro potencial se queda coja, todo su contenido se deslizará hacia abajo en pendiente fatídica y caerá con estrépito sobre el suelo. La consecuencia está clara: un poso de amargura comenzará a depositarse sobre nuestros hombros, tan propia de la soberbia que invade a aquellos a los que tan solo les interesa la vertiente intelectual de la realidad.

…continuará…

3 comentarios en «¿Un Espiritismo sin moral? (I)»

  1. amor y sabiduría! las dos alas necesarias para que nuestros espíritus alcen vuelo hacia Dios! No volemos en círculos y esforcémonos cada día por "instruirnos y amarnos".
    Muy linda la nota, y comparto todo lo que dice. Muy buena la iniciativa de no rechazar ninguna postura, ya que de todos podemos aprender. Y seguro que aquellos mas estudiosos e inteligentes, ofrecerán al resto de las personas respuesta y explicaciones. Aprendamos entonces, a seguir el razonamiento de esas explicaciones, sin querer imitar al mensajero. Del mismo modo, intentemos aprender las lecciones de amor que muchos nos ofrecen, sin intentar parecernos a ellos, porque cada uno de nosotros es una chispa divina individual. Al vivir así en nosotros mismos el amor y el conocimiento, nos transformaremos en verdaderos mensajeros del ejemplo, instrumentos de paz, amor y alegría. "Imaginemos a un cantor, intentando imitar a un piano…imaginemos ahora al cantor reproduciendo en si mismo la nota musical a la que aspira…"
    es mi humilde aporte, aunque no había mucho mas que decri….jejeje saludos!

  2. Me han cerrado las páginas de algunos blogs por aclarar algunos conceptos como la moral seca, sin sentimientos; como la sustitución de la enseñanza moral de la Codificación Espírita por una moral que están denominando ¨el pensamiento social espírita¨; también contra la sustitución en el centro espírita de las obras de Kardec por temas de interés general como las células madre, el fenómeno del Niño, y otros conocimientos que son propios del club ecológico o político que del Espiritismo. Eso lo que procura es desviar por métodos astutos lo verdaderamente importante en el centro o lugar espírita. Me piden que sea comprensivo, ya que es más lo que nos une que lo que nos separa. Del movimiento reformista, por ejemplo, nos separa el creer en Dios y el seguir a Jesús… pues ellos rechazan ambos. ¿Es más lo que nos une? Fernando Mercado

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