Empatía

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Según el diccionario de la lengua española, “empatía” significa la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos. En un tono más coloquial, yo lo expresaría como la capacidad para ponerse en el punto de vista del otro. Viene esto a cuento porque el otro día tuve una experiencia muy positiva al respecto que no hace sino confirmar muchos de los postulados del Espiritismo.

No hace mucho, al ser fechas en las que se reciben regalos, me dirigí a una tienda a comprar uno de ellos para un familiar. Al entrar en el comercio, la chica que atendía y a la que no conocía de antes, estaba hablando por teléfono, no habiendo allí nadie más. Al principio me sentí algo contrariado pues tenía algo de prisa y pensé que dicha llamada podía retrasar mi tiempo en aquel establecimiento. Sin embargo, tan pronto se cruzaron nuestras miradas, la dependienta me observó gentilmente y me hizo un gesto breve con sus manos como disculpándose y advirtiéndome para que esperara tan solo unos segundos.

Al percibir su semblante cálido y simpático, curiosamente mi urgencia desapareció y aunque me dediqué a explorar algunos objetos que había en el mostrador, no pude evitar oír el diálogo que mantenía con la otra persona en la distancia. Aunque tan solo podía enterarme de la mitad de la charla, la verdad es que me hacía una idea bastante aproximada del tema sobre el que versaba la misma.

El tono de voz de la vendedora no podía ser más acogedor. Sabía escuchar a la otra parte con atención suficiente y cuando llegaba su turno de réplica, tan solo tenía palabras de ánimo y de apoyo hacia el que estaba al otro lado del auricular. Aquella situación debió prolongarse como unos diez minutos más y yo trataba de no mirar fijamente a la trabajadora para no agobiarla mientras me entretenía con lo que había en los estantes, no sin perder el hilo de la conversación.

Finalmente, aquella mujer, antes de colgar el aparato, comentó que tenía que atender a un cliente, que la disculpara y que volvería a llamar algo más tarde. Recibiéndome de nuevo con una grata y sincera sonrisa, me pidió excusas por la espera y se dispuso a ocuparse de mi asunto. Intentando entrar en el tema con delicadeza, le indiqué si lo que yo había advertido era un problema familiar o de salud. La dependienta, con total naturalidad y como si me conociera de toda la vida, me dio todo tipo de información al respecto.

Se trataba de una amiga y compañera de trabajo cuya hija de ocho meses, había tenido una complicación digestiva grave debiendo ser intervenida en la mesa de operaciones de modo urgente. Por fortuna, parecía que el problema de salud se había reconducido y que ahora tan solo restaba esperar por la recuperación completa de la niñita.

Desde la percepción del sentimiento fraterno que se había instalado en la atmósfera de aquel local, me sentí empujado a felicitarla por los términos que utilizó durante la comunicación con su compañera, y le expresé que ya quisieran todos, en una coyuntura similar, recibir los mensajes de ánimo que ella había transmitido desde su corazón.

En ese momento, restaba una segunda parte al relato de lo sucedido en ese día y resultó ser la forma en que aquella muchacha simpática, más joven que yo, iba a aconsejarme con respecto al objeto que deseaba comprar.

Por mi ocupación, entiendo algo sobre ventas, formas de publicidad y en general, acerca de las técnicas que todo profesional utiliza para promocionar sus productos y optimizar sus ganancias. No fue este el caso, ya que el comportamiento de aquella persona resultó ejemplar y decidió cambiar la cantidad por la calidad, en otras palabras, escogió la satisfacción del cliente por encima de sus potenciales beneficios. De entre todas las opciones que tenía, me describió con detalle los pros y contras de cada regalo hasta caer en la cuenta, gracias a sus explicaciones, que no siempre pagar más implica que el producto que adquieras sea el mejor.

Había algo allí flotando en el ambiente que me indicaba que dos almas similares habían coincidido y que se estaban entendiendo a la perfección. Esta semejanza entre nosotros, que nada tenía de material y mucho de espiritual, me confirmaba cómo a veces, se establecen las corrientes de comunicación entre las personas y cómo estas te proporcionan un sentimiento de felicidad difícil de apreciar en otras circunstancias.

Cuando yo entré en aquella tienda, a los pocos segundos, pude comprobar cómo la dependienta poseía unas dotes de empatía nada habituales. Con su actitud receptiva, con su forma de escuchar y responder a su amiga, practicó el bien, se puso en la piel del otro, compartió su punto de vista, en este caso, el sufrimiento que aquella, como madre, estaba experimentando por la súbita enfermedad de su pequeña hija.

Conecté con ella precisamente por el modo que tuvo de conducir aquella conversación y después me conquistó con su procedimiento a la hora de explicarme las ventajas e inconvenientes de cada uno de los productos por los que yo estaba interesado, hasta que amparándome en mi libre albedrío, me incliné por elegir aquel que consideraba más oportuno. Ella dispuso hacia mí una empatía fuera de lo usual, por unos instantes se situó dentro de mi mente, supo leer mis pensamientos, mis dudas e indecisiones sobre lo que quería, en definitiva, su espíritu enlazó con el mío, nos descubrimos como almas similares y no hubo palabras para describir lo dichoso que me sentí en ese episodio aparentemente tan simple. Nuestras profesiones no tenían nada que ver y sin embargo había sucedido algo muy parecido a lo que ocurre cuando departes con alguien de un tema laboral. Si la otra persona desempeña tu mismo oficio, conoces ya de antemano que el entendimiento será más fácil porque ambos sabéis de lo que estáis hablando y no cuando la otra parte desconoce por completo la materia sobre la que estás conversando.

Ella ganó mi atención con su empatía y supo que a partir de ese momento, recomendaría a cualquiera acudir a su establecimiento. Hay aspectos en la vida humana como la consideración y la afabilidad que no tienen precio, revelando la identidad del que las practica y denotando su preocupación por los demás.

En su misión terrenal, nuestro querido Maestro insistió mucho en el ejercicio del amor al prójimo como pilar fundamental del quehacer diario. La vida en el planeta adoptaría otro cariz si todos pusiéramos en marcha este conocido precepto de Jesús. Cuando actuamos con empatía, nos estamos poniendo en el punto de vista del otro. ¿Cómo podemos aspirar a amar al prójimo si somos incapaces de asimilarnos a él por unos instantes? ¿Cómo puede existir interés por el otro si ni siquiera queremos ver por sus ojos o sentir por su corazón?

La chica de esta historia real, hizo de madre preocupada al hablar con su compañera y por eso “entendía” la angustia por la que esta estaba pasando. Asimismo, no solo ejerció de vendedora conmigo sino también de compradora porque supo pensar por mí, sentir por mí, intentó ponerse en mi piel para conocer lo que yo percibía de la situación. Era como si estuviera a uno y otro lado del mostrador al mismo tiempo. Su espíritu se aproximó al mío y más allá de lo racional, intuitivamente, conectó con mi ser y reconocimos juntos la común procedencia de la que todos venimos. Me compartió y yo la compartí, al igual que todos debemos compartirnos. Fue algo mágico, en todos los sentidos.

El amor es el motor maravilloso que mueve al mundo pero hay que crear las condiciones idóneas para practicarlo. La empatía es una de ellas y sin esta, difícilmente podrá existir el otro. La existencia se nos muestra en muchos casos como compleja y enrevesada. Sin embargo, esta experiencia me sirvió para comprobar, una vez más, que en las situaciones más ordinarias, más sencillas de la vida, se reciben las lecciones más extraordinarias de cómo funciona el perfecto sistema que un día puso en marcha nuestro Padre celestial. No hace falta escalar el Everest para acercarse al cielo. Incluso el hecho más corriente, si le prestamos la adecuada atención, nos puede llevar a una toma de conciencia formidable sobre cómo operan los mecanismos de la realidad. Concentrémonos pues en lo cotidiano y extraigamos de ello las enseñanzas más apropiadas para nuestra evolución.

5 comentarios en «Empatía»

  1. Gracias por esta reflexión. Necesitamos de escritos como este para cargar nuestras baterías, y saber que siempre los buenos espíritus no mantendrán alertas y listos para cualquier asechanza de los malos espíritus. Sergio, muy buen comienzo. Que puedas seguir aportando a esta noble tarea de divulgación.

  2. Muy linda experiencia. Esto se da cuando estás atento y tratas todo cuanto vives como una oportunidad de aprender y de poner en práctica lo aprendido.
    Por mi parte, pienso que la capacidad de empatía es la mayor que un ser humano puede desarrollar, pues te ayuda a comprender al otro, poniéndote en su lugar. Así se disipan la mayoría de las diferencias…Y si esto se consigue con personas con las que, en principio, no simpatizamos o con las que podemos tener alguna discrepancia. nos ahorraremos muchos sinsabores.

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