¿Cuántas veces, a lo largo de nuestra vida, nos hemos preguntado por qué nos suceden ciertas cosas, por qué hemos nacido en un país y no en otro, por qué vinimos al mundo en una determinada familia, por qué nuestra salud es precaria o vigorosa, por qué tenemos un aspecto físico concreto, por qué nuestra capacidad intelectual es la que es y muchas más cuestiones para las que aparentemente no hallamos explicación?
Para los que conocemos el Espiritismo, estos interrogantes quedan despejados al estudiar la Doctrina, pero esto no deja de ser una mera “comprensión” intelectual, todavía lejana en muchos casos, de una verdadera asunción o aceptación de estos hechos, lo que exige un auténtico trabajo interior de reconsideración y por ende, una genuina reforma moral.
En efecto, querido lector, he mencionado la expresión “reforma moral” porque después de todo, es el fin último para el que hemos encarnado en este tosco planeta llamado Tierra. Bien es cierto que somos capaces de leer cientos y cientos de libros, que podemos cultivar nuestra mente con las enseñanzas más refinadas y que podemos acudir al magisterio de los más excelsos maestros que han pasado por la historia humana. Esto está muy bien, pero no servirá de nada sin un cambio interno, metamorfosis personal que ha de llevarnos a la verdadera transformación de nuestro ser. En resumidas cuentas, aunque tengamos en la cabeza el contenido de todos los volúmenes existentes en la Biblioteca Británica, ninguna alteración completa se habrá operado en nosotros si no va acompañada de acciones marcadas por la honestidad o la caridad, en definitiva, por la ética. Si a la pata intelectual no se le une la moral, andaremos renqueantes por tiempo indefinido y así, es verdaderamente difícil avanzar en el camino del progreso.
Hoy reflexionaremos sobre lo manifestado en el primer párrafo, centrándonos sobre todo en el razonamiento de cómo las pruebas a las que nos enfrentamos en la presente vida, no son sino el desarrollo de la “programación” efectuada con anterioridad a nuestro retorno a la esfera carnal.
Una vez reintegrados a la esfera inmaterial y merced a la intervención de los espíritus elevados, tomamos conciencia de lo que hicimos en la anterior vida, de cuáles fueron nuestros fallos y aciertos, qué aspectos desarrollamos y qué otros abandonamos y cuáles deben ser las áreas sobre las que deberemos trabajar especialmente en la siguiente encarnación. He aquí entonces que se nos devuelve a la dimensión física para que llevemos a cabo todo ese conjunto de tareas.
Cualquiera que piense que los avatares de esta existencia son azarosos, es que desconoce por completo cómo funciona la ley de causa y efecto. Y es que somos tan dueños de nuestro destino como lo somos de recibir los frutos de aquello que previamente hemos sembrado. Como nuestro peregrinaje es infinito y el proceso de crecimiento tan amplio, hay mucho tiempo para recoger los efectos de aquello que en su día realizamos. A veces, esta “recolección” a la “plantación” realizada con nuestros actos puede esperar a la siguiente vida.
No olvidemos sin embargo, que la superioridad moral y cognoscitiva de quienes nos supervisan en la esfera espiritual, les lleva a “programar” nuestro actual paso por la superficie terrenal con el mayor de los esmeros y que por tanto, la sabiduría divina que todo lo inunda, está detrás de todas aquellas pruebas por las que tenemos que atravesar en la senda actual.
Así que, mi salud física es quebradiza desde que nací y me limita enormemente en mis movimientos, además de implicar a las personas que me rodean. Así que, conforme voy creciendo desde niño, mis inquietudes intelectuales se intensifican, pero caigo en la cuenta de que voy a tener el mayor de los impedimentos al haber nacido en una familia, región y circunstancias que lo único que van a servir es de obstáculo para desarrollar mis facultades de erudición.
Ante este tipo de coyunturas, por otra parte tan corriente en este mundo de pruebas y expiaciones, cabe adoptar dos posturas. Por un lado, la actitud de “rebelión”, es decir, me sublevo ante el hecho de tener que enfrentarme a unas circunstancias que curiosamente, yo he propiciado con mi actuación en el pasado lejano. La consecuencia es clara e inversamente proporcional: cuanto menos acepto la situación que me viene dada, mayor sufrimiento se genera en mi interior. La otra actitud es radicalmente diferente y se asemeja a lo ejecutado por muchos practicantes de artes marciales: en vez de resistirme, de toparme directamente con las circunstancias adversas de la existencia, aprovecho ese impulso desafiante y volteo a mi adversario, en este caso, aprendo la lección, acepto el desafío con menos quejas y mayor trabajo y finalmente, lo que era todo un mapa de obstáculos, se convierte en una auténtica contienda llena de retos de la que salgo victorioso. Entonces, los efectos se muestran patentes: prueba superada, avance seguro.
Como vemos, la ley de causalidad (acción-reacción) se presenta implacable a nuestro encuentro, a fin de que no perdamos la memoria de que todo lo “cultivado” en el pasado acaba por producir una “cosecha” de resultados en el presente. ¿Acaso encontramos en el Universo una disposición más justa y más imparcial que la concebida en el origen de los tiempos por el Creador? ¿Qué sería de nosotros si desde el principio no se nos hubiera garantizado el equilibrio natural en todo, gracias a la sabiduría infinita contenida en las leyes divinas? Mejor no pensar en ello. Para mí, resultaría inimaginable ya que nada de lo que nos ocurre tendría sentido.
Ya vemos, por tanto, que incluso esas circunstancias aparentemente dificultosas, pueden llegar a convertirse en improvisada palanca que nos conduce a grandes y merecidos triunfos del hombre, si este sabe gestionarlas.
Pero atención, porque las cosas pueden complicarse sobremanera si atendemos también a otro tipo de situaciones que se observan a menudo. En este apartado, podríamos incluir a la persona que por nacimiento, herencia o “fortuna”, recibe una gran cantidad de “dones” que le facilitan supuestamente su actuación en la dimensión de la materia en la que nos desenvolvemos. Gente acaudalada desde su origen, sujetos que surgen en una posición social de privilegio o simplemente, aquel que nace con una inteligencia excepcional, vienen también al mundo a crecer, a evolucionar. Tal y como advirtió Jesús en su conocida parábola de los talentos, estos no se nos proporcionan para esconderlos bajo tierra sino para hacer buen uso de ellos y que den fruto. La lectura es diáfana: cuanto más se te dé para la actual encarnación, más se te va a exigir cuando abandones el envoltorio de la carne.
¿Acaso alguien pensaba que esas facultades tan solo se nos iban a entregar para el disfrute de los sentidos? Somos libres para tomar decisiones pero si el objetivo último es el progreso, no podemos perder el tiempo dedicándonos al cultivo de las cosas más banales. Si desperdiciamos nuestros dones o peor aún, si los utilizamos para la obtención de fines contrarios a las leyes divinas, el resultado es concluyente: estancamiento. Quizás aquí, atrapados por las formas materiales, no nos demos cuenta. Sin embargo, más adelante y liberado el espíritu de su prisión terrenal, podrá examinar con atención lo realizado en el plano físico. Serán momentos de exasperación consigo mismo, al contemplar el alma la oportunidad dilapidada de progreso. Cuentan nuestros hermanos de la otra dimensión, que el dolor causado por esta experiencia no puede ni siquiera equipararse al peor de los suplicios soportados en la vida terrenal.
En la próxima entrada, abordaremos más concretamente cómo se elabora ese proceso de elección de pruebas para la siguiente encarnación.
…continuará…