Una cuestión que a todos los niveles seguimos planteándonos los humanos es hasta qué punto nuestras vidas se mueven por las acciones que libremente emprendemos o bien por aquellos factores o circunstancias que nos vienen impuestos. A primera vista, la persona es libre y cuando se enfrenta a una situación, conserva intacta su capacidad para elegir un camino u otro, para decantarse por una u otra opción. Pero por otro lado, es cierto que desde que nacemos hasta que abandonamos la envoltura del cuerpo, nos vemos limitados por una serie de factores que no dependen de nuestra voluntad.
La lógica nos lleva a pensar que no podemos hablar de esta cuestión en términos de todo o nada. La polémica genética-ambiente sigue abierta, disputándose cada una de las partes un porcentaje de supremacía que les permita justificar sus postulados de partida. Conviene aclarar que en los últimos tiempos los genetistas tienen la “moral muy alta”, seguramente porque los últimos avances científicos parecen ir más bien en dirección a sus posicionamientos. No sabemos, por ahora, si esta tendencia es definitiva o si tan solo forma parte de los movimientos cíclicos de la ciencia.
En otras palabras, lo que discuten estos técnicos es qué factor tiene más peso en la vida de los seres humanos: por un lado la carga genética con la que venimos al mundo, por otro, la incidencia del entorno que nos rodea. Esta vieja diatriba es tan antigua como andar hacia delante y vamos a intentar aportar una reflexión personal sobre este hecho, eso sí, lejos de certezas absolutas. En esto como en otras cosas, hay que estar abiertos al progreso de la ciencia y a los nuevos datos que surjan por la simple evolución de los acontecimientos. Tampoco es práctico mantenernos en una postura inamovible cuando disponemos de nueva información que pone en entredicho lo que pensábamos.
Hace unos años, salió al mercado un libro muy interesante de la psicóloga norteamericana Sonja Lyubomirsky titulado “La ciencia de la felicidad” (recomiendo ampliamente su lectura) en el que abordaba uno de los temas que más ha estudiado: la psicología de la felicidad. En relación con el debate que nos ocupa, esta estudiosa nos habla de lo que ella denomina “solución al 40%”, es decir, la vida de un individuo se ve marcada indefectiblemente por sus genes en un 50%, por los “avatares” del destino (que no están bajo su control) en un 10% y por último, otorga a la persona un 40% de posibilidades de gobernar su existencia a través de su libertad de elección. Dicho de otra forma, el ser humano tan solo podría manejar 2/5 partes de su vida. Sin embargo, aunque la proporción nos parezca a primera vista pequeña, para esta autora es más que satisfactoria, pues en su opinión se trata de un porcentaje más que digno que le permitiría a la persona tener un control notable sobre el curso de los acontecimientos vitales más importantes.
Bien, veamos algún ejemplo. Mis genes pueden fijar total o parcialmente mi estatura, aspecto físico, proclividad a unas enfermedades u otras, nivel intelectivo o incluso mi carácter. Ahora bien, esto es una cosa y otra bien distinta asumir esta realidad como puro determinismo. De no ser así ¿qué sentido tendría la vida humana? Partimos de la hipótesis de que estamos aquí básicamente para progresar. Este proceso se desarrolla a través del enfrentamiento con todos los retos que la existencia nos demanda. En este sentido y si hablamos, por poner el caso, de algo tan esencial como nuestro estado de salud, convendremos en que a pesar de que nuestros genes nos inclinen a padecer algún tipo de enfermedad o disfunción, algo tendrá que influir el tratamiento que cada uno de nosotros, libremente le proporcione a su organismo. No entro ya en un tema tan conocido como el del perjuicio ocasionado por el consumo de sustancias tóxicas pero sí de otros hábitos conocidos. Con el caudal de información que hoy en día manejamos, casi todo el mundo sabe que hacer ejercicio regular, comer sano y llevar una vida ordenada es lo mejor que conviene a nuestra salud. Y sin embargo, a diario, contemplamos a nuestro alrededor casos que van justamente en dirección contraria, fenómenos que podríamos denominar casi como “suicidios indirectos”. Se trata de esas personas que a pesar de la información con la que cuentan y de las posibilidades que tienen a mano, se empeñan en caminar en sentido contrario, de modo autodestructivo y hacia al abismo personal, arrastrando en muchos casos a aquellos que les rodean.
Cito este tipo de situaciones porque refleja a la perfección cómo podría afrontarse la polémica genética-ambiente. Qué más da si llevas en tus genes una constitución orgánica envidiable cuando la estás socavando con tus malos hábitos de vida. Que se sepa, estas prácticas negativas quedan bajo la responsabilidad exclusiva del individuo. No me refiero a aquellos que por vivir en determinadas zonas del planeta o por acometer coyunturas vitales extremas no tienen donde elegir y tan solo aspiran a sobrevivir, que ya es mucho para ellos, sino a todos aquellos que pudiendo optar por favorecer su salud física y psíquica, se empeñan en lo contrario y terminan por sucumbir mucho antes de lo que su “destino” les habría permitido.
Al igual que hablamos de la cuestión de la salud, también podríamos referirnos a otras facetas de la existencia humana, donde aun reconociendo la presencia de limitaciones ajenas al individuo, también se observa un amplio margen de acción que queda bajo la responsabilidad única del sujeto. La psicología demostró hace ya mucho tiempo que aquellas personas que tienen un cierto control sobre las circunstancias que le rodean son mucho más dichosas y se muestran más satisfechas que aquellas otras que ponen en manos del “destino” su felicidad. Desde luego, resultaría descabellado posicionarnos justamente en el lado contrario, es decir, pensar que toda la realidad que discurre ante nuestros ojos depende de nuestra voluntad, de las decisiones que tomemos con respecto a ella. Esto se asimilaría a creer que somos como dioses.
Poco a poco y por los datos con los que contamos en la actualidad, vamos llegando a la conclusión de que sería ilusorio pensar en la supremacía de una de las posturas sobre la otra (genética versus ambiente). Dejemos a cada factor con su peso específico e inclinémonos por una actitud de equidistancia, ya que es la que presenta un mayor margen de certidumbre. ¿Las personas nos vemos condicionadas por nuestro aporte genético? Sin duda alguna. ¿El ser humano interactúa con su ambiente y puede modificarlo a través del ejercicio de su libre albedrío? Sin duda también. Quizá, lo mejor sea que reconozcamos que partimos desde el inicio con una serie de condicionantes que nos influyen hasta cierto punto, para a continuación, reconocer que está en nuestras manos llevar a “acto” muchas de nuestras “potencialidades” que incluyen por supuesto el manejo de la realidad y la toma de decisiones.
En el próximo capítulo, abordaremos esta misma cuestión pero desde una perspectiva más espiritual, ya que a veces, no nos podemos conformar tan solo con las explicaciones “oficiales”.
…continuará…